El kirchnerismo se ha caracterizado como un proceso de corte populista enfocado principalmente en avanzar hacia una mejor redistribución del ingreso. Aunque las gestiones de Cristina Kirchner han conseguido diversas conquistas en favor de los sectores más vulnerables de la sociedad, ha fracasado en el intento de convertir a muchos de esos logros en políticas de estado, excepto la Asignación Universal por Hijo, que se mantuvo.
Tras el fallecimiento de Néstor Kirchner, el poco apego hacia la disciplina fiscal y el fin del boom de la soja hicieron que los números no cerraran como antes y así comenzó a desdibujarse aquél sólido modelo que se percibía en los primeros años del santacruceño.
Déficit fiscal, inflación arriba de veinte puntos, varios hechos de corrupción, restricciones cambiarias y el propio desgaste del ejercicio del poder, sumado a la propia naturaleza soberbia de la líder peronista, permitieron que apareciera en el horizonte una alianza de centro derecha encarnada en la figura del exjefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, quien junto a Elisa Carrió se encargaron de representar a un importante sector de la sociedad que a partir de la marcha denominada "8N" exigió en el espacio opositor el retorno a un modelo pre-kirchnerista y que se entusiasmó con la gestión "moderna" en la Ciudad de Buenos Aires, plagada de bicisendas, plazas prolijamente cuidadas y metrobuses.
El populismo kirchnerista generó un profundo odio de clase expresado por una gran cantidad de ciudadanos que no pertenecen al estrato social de los funcionarios del nuevo gobierno. Adoptaron una falsa percepción de éxito ligada al dinero que ostentan los CEO's y compraron el discurso moralista de aquellos que durante décadas se han enriquecido a fuerza de coimas y sobreprecios en la obra pública. A este proceso lo considero un espejismo. El odio como motor de un movimiento político que a pesar de no mostrar resultados, sostiene un gran nivel de adhesión se explica en gran medida por la polarización que se alimentó antes y que hoy se sigue fogoneando.
A dos años de haber asumido su mandato, el presidente Macri no ha cumplido con muchas de sus promesas de campaña. Lejos de alcanzar la "pobreza cero" el número de pobres e indigentes se ha incrementado. La inflación hasta el momento se mantiene en valores similares a los del año 2015. Ha tomado en este tiempo más de cien mil millones de dólares de deuda para cubrir el agujero fiscal profundizado por muchas de sus propias medidas y comprometió el futuro del Banco Central pagando altísimas tasas de interés por las Lebacs, no implementó el 82% móvil para los jubilados y tampoco eliminó el impuesto a las ganancias para los trabajadores. La prometida -en reiteradas ocasiones- lluvia de inversiones nunca llegó y se eliminaron programas que había prometido no tocar. En cambio cumplió con la salida del llamado "cepo" al dólar, obturó (pagando cash) el reclamo de los fondos buitres y realizó e inició algunas obras de infraestructura principalmente en la provincia de Buenos Aires, donde gobierna su aliada María Eugenia Vidal.
La oposición sigue siendo observada por el electorado que votó a Cambiemos como una amenaza de regreso a los errores del gobierno anterior y aquellos que intentaron despegarse de la figura de Cristina no han tenido el volumen político como para arrebatarle el liderazgo opositor y enfrentarse a las políticas del gobierno de Macri. Algunos además han optado, tal vez para garantizar la gobernabilidad de las provincias peronistas, acompañar (con mínimas disidencias) el proceso de ajuste.
El espejismo macrista goza de buena salud y mientras los números se lo permitan (también el diario Clarín) podrá seguir pavoneándose, levantando el dedo índice y viendo desfilar a sus enemigos políticos hacia las cárceles del conurbano, pero en algún tiempo se leerán estas líneas como una crónica de los años en los que un Lázaro Baez de aspecto angelical y europeo logró conquistar a una gran cantidad de electores con una brutal maquinaria de marketing y que supo interpretar el odio hacia una dirigente que se había ido y que no iba a volver más (al menos al cargo de presidente).
Por supuesto, puede fallar.